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IGNACIO MENDEZ FERNANDEZ PRESENTA EL LIBRO DEL JEFE DE RAFAEL OCTAVIO BRUNO GÓMEZ

Tengo que reconocer que, hace algunas semanas, cuando Bruno me envió el libro para que lo leyera y prepara estas palabras, mi primera reacción, cuando vi la portada, fué de sorpresa.  ¿Pero… y qué es esto?  El libro del jefe… ¿y qué busca esa foto de Don Juan en la portada?

 “El Jefe”, para todos los que nacimos y vivimos en la Republica Dominicana fué y sigue siendo el Generalísimo Rafael Trujillo Molina. No cabe la menor de las dudas.  Don Juan es recordado por su honestidad.  Tampoco queda dudas que Trujillo era autoritario.  Don Juan democrático. Los dos fueron jefes, jefes de Estado y jefes de sus respectivos partidos políticos.

Así de diferentes son los jefes.  Con razón cuenta Bruno que en una ocasión un técnico de su taller le comentó lo siguiente: “El jefe puede ser bueno, malo, bonito, alto, elegante, feo; te puede gustar o no, te puede caer bien o mal, pero siempre será el jefe”. Eso es sabiduría popular.

Dicen algunos que “los buenos jefes nunca dejan para mañana lo que pueden encargar a otros que les haga hoy”.

Entonces, ¿Qué es lo que es un jefe?  Si revisamos definiciones, es “una persona que tiene autoridad y poder para dirigir un grupo”, pero también tenemos que es “el tratamiento que se da a personas con cierta autoridad que indica respeto y confianza”, así como también el “tratamiento que se da a una persona que no se conoce pero que es necesario mencionar” (Jefe, hágame el favor, consígame ese libro...)

Como podemos ver, jefe es cualquier cosa: desde el jefe de Estado o un jefe de familia hasta cualquier hijo de machepa, cuyo nombre no nos recordamos y lo sustituimos por esas cuatro letras: JEFE.

Pero, asimismo como el término Jefe tiene esas “definiciones”, también tiene variantes que van desde el caudillo (cuya autoridad es un privilegio de mando, que se sigue y obedece por miedo) hasta el líder, que inspira confianza, que da poder a su gente, que los entusiasma y que se impone por sus acciones y sus ejemplos.

Hay jefes que son un orgullo y otros que son una vergüenza.  Unos que se han ganado la posición por su preparación, su liderazgo y su trabajo y otros a los que se la ha regalado la familia o los amigos políticos.

Una de las funciones principales de un jefe es conseguir que sus colaboradores hagan,funcionen, como equipo.  Precisamente ésa es una de sus mayores dificultades: dirigir a personas.  Y es que, a pesar de tener que descansar en la parte tangible de su misión (su capacidad técnica), su verdadera misión se desarrolla en la parte intangible, que es en la escogencia, el entrenamiento y en la delegación de personas para que hagan el mejor trabajo posible.  Es un animador, un estratega, un facilitador y un inspirador que lucha porque su equipo desarrolle las mejores tácticas para alcanzar los objetivos.

La intención de “El libro del jefe” no es redefinir ni aclarar los significados de la palabra “jefe”.  Éste libro es un pié de amigo a todos aquellos que ejercen de una manera u otra la funciones de jefatura, ó, mejor aún, para aquellos que se quieren preparar para tener posiciones de mando en las empresas.

La gran virtud que tiene este libro es que no es un depositorio más de nuevas o viejas teorías para dejar establecido un ideario utópico.  Es el deseo sincero de compartir las experiencias de un emprendedor que ha enfrentado obstáculos, se ha encontrado con los dilemas comunes y corrientes de quien está al frente de un negocio, y ha sabido salir vivo, primero, y triunfante, después, de la experiencia.

El autor lo relata en el inicio del libro: “Buscábamos las razones de la crisis y la encontrábamos en el mercado, en cómo habían bajado los márgenes de beneficios en nuestro sector, nos apoyábamos en las opiniones de los colegas que decían que le estaba yendo mal… la competencia, el incremento de los costos y la disminución de los precios de ventas los mantiene casi en el nivel de subsistencia...

El diagnóstico estaba incompleto porque buscaba las causas de la crisis sólo afuera, en el entorno empresarial, en el mercado, y no hacía ningún esfuerzo de introspección, no analizaba los fallos internos, no visualizaba la necesidad de un cambio interno radical, de practicar la reingeniería...”  En otro momento también menciona que “La admisión de la ignorancia es el primer paso para aprender.  Muchas veces el modo en el que vemos el problema es el problema”. “La tarea del empresario es abrazar las fuerzas que están cambiando la naturaleza de la competencia, no tratar de escapar de ellas”.  “Reingeniería es abandonar procedimientos establecidos hace mucho tiempo y examinar otra vez el trabajo.  Si andamos mal, cambiamos nuestra manera de ser y hacer las cosas.  No intentamos cambiar las cosas o la gente.  Cambiamos nosotros y hacemos la diferencia”. 

Esas son palabras de él mismo, plasmadas en el libro.  Curioso siempre, Bruno leyó, y leyó mucho: En el libro hay menciones y citas continuamente de autores: La teoría de los bienes de Antíoco.  La Ética de Aristóteles,  Stephen Covey, La Biblia: el libro del  Éxodo y San Mateo. Peter Druker, Han-fei-tzu, Sun-Tzu, Nietzsche, Paulo Cohelo, Plutarco, Esquilo…

Y es que ése fue el inicio de su proceso de reingeniería:  Haber estudiado estos autores y muchos otros, asimilando, desentrañando, aprendiendo, aplicando, seleccionando los criterios correctos para aprender…  Este libro es importante y tiene valor porque lo que aprendió lo ejecutó, lo puso en práctica, consiguió los resultados deseados, es decir, hizo el tránsito de la teoría a la práctica, “del  bla bla bla al trabajo, a los hechos, a la puesta en marcha de los planes”.

Pero su actitud tiene un valor adicional, y es que, en lugar de “apuñalearse” el éxito de su reingeniería en su vida profesional y personal, la quiere compartir con los demás de una forma entusiasta, y así es que nace este libro y nos da la oportunidad a todos de beneficiarnos de sus descubrimientos.

Bruno no dejaría de ser él mismo si se limitara a dar la receta de cómo ser un buen jefe. Critica, y lo hace cuando dice lo siguiente: “El sector público responde al problema del desempleo, prostituye las instituciones, las socava con empleos improductivos; pero también, gran parte del sector privado, con un desenfoque total, ha dejado convertir en obsoletas sus empresas por aferrarse a la ley de lo más fácil, dedicándose a extraer gran parte de la renta nacional con artimañas non-santas, en contubernio con funcionarios públicos corrompidos de nuestro flamante Estado fallido”.

O, cuando también dice esta gran verdad: “El dominicano no hace las cosas bien hechas desde la primera vez.  Las cosas que no se realizan bien hechas hay que  retrabajarlas.  Al dominicano no le importa retrabajar, ya que por lo general no conoce el valor agregado de éste.  Sus superiores no se lo han dicho o, peor aún, ellos tampoco lo saben.  El dominicano tiene deseos de aprender y de trabajar correctamente.  Sus superiores deben enseñarle.  El dominicano no disfruta de las mejorías de los procesos, muchas veces no las conoce, y la mayoría de las veces sus superiores no se lo informan”.

“Más de un 15% de lo que hacen nuestras empresas, ya sea de bienes o de servicios, hay que retrabajarlo.  Esto nos lleva a que aproximadamente el 50% del tiempo estamos trabajando correctamente, pero el otro 50% estamos reprocesando lo que no hicimos bien la primera vez”.

“La experiencia humana indica, de manera palmaria, que el tipo de hombre más abundante es el del incompetente universal, por lo tanto debemos cubrir los puestos de nuestras empresas con gente que a lo sumo se destaque en alguna de las capacidades que necesitamos”.

O también, cuando incursiona en el territorio sumamente conflictivo de las consideraciones de género, mencionando que “las mujeres atraviesan por una confusión mayúscula. Quieren ser iguales a los hombres, pero sólo cuando les conviene; mientras te exigen igualdad de derechos todavía anhelan la cortesía del caballero para que les cedan el turno de la fila o le abran  la puerta del carro”.

Tengo que reconocer que la última parte del libro (“El Príncipe como jefe ejerciendo el arte de la prudencia: entre Nicolas Maquiavelo y Baltasar Gracián”) es, quizás, la que mas disfruté. (Bruno mismo dice que es una de sus preferidas). La disfruté por dos razones: la primera, porque es algo que, aunque son situaciones comunes y corrientes, no son “temas bonitos” y no la he visto tratada tan directamente en otros textos de gerencia. La segunda, porque si bien en todo el resto del libro se le da la clave de cómo ser exitoso reinventándose o naciendo como un jefe, en ésta se le dá herramientas para defenderse de las cizañas que siempre aparecerán.

“Como ser bueno no significa ser pendejo”, dice Bruno en el libro, y continua: “El lío absurdo que tenemos hoy es que vivimos  en un mundo donde fuimos educados para que actuemos de manera civilizada, decente, democrática y donde debemos lograr cosas a través del juego limpio… pero estamos expuestos a poder ser aplastados por aquellos malvados cuya rutina es la violación a la ley, el juego sucio y las artimañas”.

Y pasa a recomendar a no dejarse vencer por la mediocridad, el desorden y la baja calidad de la gente del medio, a recomendarle fortalecer su capacidad de manejar sus emociones, diciéndole que nada ni nadie debe tomarlo por sorpresa.  A saber que el engaño y la simulación son parte de toda interacción humana. A actuar con cautela.  A no confiar totalmente en nadie. A aprender a lidiar con la ingratitud. Y a saber que el mayor de los riesgos es que nunca podrá controlar el temperamento de quienes le rodean y que siempre habrá que lidiar con la envidia.

De la misma manera que en capítulos anteriores deja claro que un buen jefe tiene que accionar conforme a la ley moral, al correcto proceder, de hacer un hábito el obrar bien, de la necesidad de tener buenos mentores y amigos, asimismo deja saber en este último capítulo que la franqueza es una herramienta traicionera.  Que “cuando se juega de verdad al ejercicio del poder, la sinceridad se convierte en un instrumento romo, que hace sangrar más de lo que corta”.

En fin, éste es un libro que vale la pena leer.  Está escrito con sudor, con sinceridad, con cariño.  Aporta, no teorías estratosféricas, sino principios prácticos de dirección, consejos probados de gerencia.

Parece que el autor le hizo caso a Gabriel Garcia Márquez cuando, en una entrevista, decía que “lo único decente que puede hacer un escritor para  que sus libros se vendan es escribirlos bien”.

Creo también que lo complementó al hacerle caso a otro escritor: Christopher Morley, que dijo: “Cuando le vendes a uno un libro, no le vendes medio kilo de papel, tinta y cola, sino que le ofreces una nueva vida”.

¡Felicidades Bruno!

¡Muchas Gracias!

 

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